El mapa ha sido tradicionalmente una herramienta de dominio del territorio, que lo demarca, lo fija. El mapa constituye el marco a través del cual nos imaginamos la ciudad, nuestra situación en ella, los mapas, pues, producen el espacio y nos producen.
Pero la ciudad no es una categoría universal y fija, sino permanente (re)construida por las prácticas de quienes la habitamos. Pero además de su función de control del territorio, el mapa es una máquina reversible, una narración abierta, de múltiples entrada y salidas, sin principio ni fin, un dispositivo discursivo alternativo, antiautoritario: no existe ni lugar ni dirección específica ni privilegiada desde donde leerlo ni cómo recorrerlo. La crítica del discurso geográfico tradicional no es sólo una cuestión formal, de método, sino que su cuestionamiento comporta la propuesta de modos alternativos de construir conocimiento.